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Cuando el animal, es tabú

Un número creciente de personas está renunciando a comer animales y razonando de diverso modo este tipo de privación.


Hay un neovegetarianismo, en efecto, que no sólo asienta su renuncia a la carne y al pescado en razones de salud o de moralidad, sino también en argumentos de perfeccionamiento espiritual. Se trata, generalmente, de neoespiritualismos sincréticos, con abundancia de neologismos del tipo “biorritmos”, “energías cósmicas”, “biomasas” y otros conceptos más o menos celestes.


El último grito en este tema es la “alimentación psicotrónica”, sobre la cual ha publicado un libro que tiene el mérito de ser legible y de aportar bastante información de interés, el valenciano Manuel Villaplana, que fue uno de los introductores de la Macrobiótica en España.


La psicotrónica en cuestión es, según el autor, “la interacción entre la materia física y la espiritual, entre el hombre y el cosmos, la comprensión de la materia sutil (espiritual) a través de la materia densa (materia física) y viceversa, ya que sólo son manifestaciones diferentes de la misma energía, Dyos (sic)”.


Dejando aparte las referencias toltecas (el autor afirma que jamás hubiera comprendido la “degeneración en la que nos hallamos inmersos” de no haber mediado una visión de Teotlamatiliztli, visión que agradece eternamente a quien se la dio “reencarnada en si mismo”) y de otras citas zodiacales, el libro de Villaplana aporta documentos serios, demostrando que, en efecto, no es necesario comer carne y que, por tanto, es inútil la matanza de seres vivos y semejantes al hombre, como los animales. En efecto, un amplio conocimiento dietético del mundo vegetal, como el que demuestra poseer el autor, puede perfectamente cubrir todo ese aspecto de la alimentación que se significa con la palabra necesidad, y se traduce por proteínas, grasas, vitaminas, calorías y demás condimentos sanitario-cosméticos pertenecientes más al ritual y a la liturgia del sagrado cuerpo médico que a la cocina.


Personalmente agradezco toda esa promoción de lo vegetal y frutal y cereal. Adoro la buena verdura y no puedo pasar más de tres días sin comer arroz, que fue la base de mi crianza tortosina.


Sin embargo, el impulso que me lleva a conmoverme y emocionarme ante una buena ensalada, una menestra de verduras o un simple arroz blanco cocido con un poco de ajo y un chorrito de buen aceite de oliva no es ninguna manera psicotrónico, sino bajamente y puramente sensual, o sea, el mismo que me lleva a devorar con placer casi orgásmico un entrecote bien jugoso de sangre o incluso casi crudo, un mero o unas lonchas de jamón.


Es, en efecto, muy notable, y para mi, harto sospechoso, que todos esos ciclotrónicos macrobióticos, naturalistas y aun extraterrestres olviden totalmente, cuando de alimentarse se trata, la noción de placer, de golosinería, sin la cual, todo acto nutritivo es puramente animal.


Todos los sistemas clericales (nótese que no escribo religiosos) inscriben en sus códigos algún tabú alimenticio. No falla. La ruptura de ese tabú acarreaba antes, en Cuaresma y entre nosotros, graves amenazas en esta y en la otra vida. En los países islámicos se sigue castigando durísimamente la violación de estas prescripciones irracionales. Los macrobióticos, psicotrónicos y extraterrestres aún no nos pueden pegar si comemos carne, pero nos llaman “degenerados” y nos excluyen de toda posibilidad de una beatitud y felicidad reservada exclusivamente al manducador de vegetales. Yo, en cambio, a los puros vegetarianos no los llamo acémilas ni borregos.


De todos modos, nada nos librará de la muerte, común al vegetariano y al carnívoro. Los psicotrónicos ven en eso de comer sangre y carne de animales una forma de instinto de muerte y prometen la vida a quien renuncie a esos manjares de putrefacción. Yo, por mi parte, veo privación de goce, de placer y, por tanto, de vida en eso de sólo comer alpistes y hojarasca.


Acaban de llegar al mercado los cogollos de hinojo, excelente verdura si las hay. Ignoro si es yin o yan, o si es bioenergética o psicotrónica. Crudo, cortado en trozos, aliñado con aceite y limón, hace una delicada ensalada. Hervido tampoco está mal. Pero es exquisito relleno de merluza. Se usan sólo las dos hojas exteriores, hervidas. Se rellenan con filete de merluza y se ponen al horno, en un plato, con vino blanco, aceite y unas alcaparras. Al final, la inevitable cucharadita de crema de leche, para ligar, aunque seía mejor un fondo de gelatina de pescado, sal y pimienta verde.

CAMBIO 16 - 30 de diciembre de 1979 nº 421

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